Antigüedad
El paso del tiempo ha hecho que no contemos con mucha información sobre los artistas de la antigua Grecia y Roma, aún menos de artistas mujeres. Sin embargo, podemos encontrar sus huellas en los versos de Safo de Lesbos, poetisa del periodo arcaico conocida como “la Décima musa”, y en un pasaje de Plinio el Viejo en el que afirma que la pintura tuvo su origen clásico cuando la hija del alfarero Butades Sicyonius trazó el rostro de su amado sobre un muro al partir hacia tierras lejanas.
Verso de Safo:
“La luminosa luna
y las Pléyades
se han metido en el lecho
del mar. Medianoche.
Van pasando las horas
primaverales.
Y yo sola en mi lecho.”
Edad Media
Ende “pintora y sierva de Dios”
[Ende pintrix et Dei adiutrix]
Esta es la primera firma de una mujer artista documentada en la historia. Se encuentra en el Comentario del Apocalipsis de Beato de Liébana, un manuscrito iluminado de la Catedral de Gerona fechado en 975 d. C. En ese periodo era sumamente raro que un artista escribiera su nombre en una obra por lo que este testimonio es invaluable. Lo más probable es que Ende fuese una monja que trabajó a la par del monje Emeterio en las ilustraciones de este libro.
Renacimiento y Barroco
Durante el Renacimiento las mujeres sólo podían acceder a una educación artística en dos escenarios: si su familia tenía un taller o si formaba parte de la nobleza. En los talleres, bajo la tutela de sus padres o esposos, apoyaron el sustento económico familiar con su producción artística. Para el siglo XVII las cortes europeas comenzaron a aceptar a pintoras, lo cual les permitió adquirir mayor renombre y estatus social.
Aunque en la mayoría de las ocasiones no recibieron crédito por su trabajo, en el siglo XVII trascendieron los nombres de Lavinia Fontana y Artemisia Gentileschi.
Lavinia Fontana (1552-1614)
Lavinia Fontana creció en Bolonia y su primer formación artística la tuvo en el taller de su padre, Próspero Fontana, un pintor importante de la región. En su etapa temprana se dedicó al retrato y también a la pintura religiosa. Pronto tuvo éxito y su fama incitó a que el papa Clemente VIII la invitara a Roma donde pintó a Camillo Borghese cuando éste se convirtió en el papa Paolo V. Fue una de las primeras artistas mujeres a quien se le encomendaron obras de corte mitológico, ya que su fuerte carga erótica restringía este género a los varones. Fue también de las primeras y pocas pintoras que tuvo su propio taller.
Artemisia Gentileschi (1593-1654)
Artemisia Gentileschi nació en Roma y su primera formación artística la tuvo con su padre, el también pintor, Orazio Gentileschi. Su talento y determinación la llevaron a ser la primera mujer en ser aceptada en la Academia de las Artes y el Diseño de Florencia en 1617. Su vida y trabajo se vieron marcados por un evento terrible: a los 18 años fue violada por Agustino Tassi quien trabajaba en el taller de su padre. Influida por Caravaggio, su obra retrata mujeres fuertes y escenas donde, con gran dramatismo, ellas adquieren el protagonismo. Posteriormente trabajó en diversas cortes europeas e instaló su propio taller administrado de manera independiente.
Siglo XVIII
Desde el establecimiento de las Academias de arte, las mujeres se enfrentaron a la exclusión de dichos espacios. Debido a la restricción en las clases de dibujo al natural no podían dedicarse a los géneros más apreciados en los salones, la pintura histórica o mitológica, por lo que se abocaron a los llamados “géneros menores”: el retrato, el paisaje o la naturaleza muerta. No obstante estas limitaciones, artistas como Rosalba Carriera, Angelica Kauffmann y Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun fueron partícipes activas y reconocidas en el ámbito, moviéndose dentro y fuera de los muros académicos.
Rosalba Carriera (1675-1757)
Rosalba Carriera fue una importante retratista que nació en Venecia en 1675. Su formación fue autodidacta, realizando primero patrones de encaje para su madre, y, después, retratos en tapas de cajas de tabaco. En esos primeros años desarrolló el uso del pastel, técnica en la cual fue pionera. Al paso de los años, visitantes importantes y diplomáticos que asistían a Venecia asiduamente le pedían retratos, lo cual incrementó su fama. En 1705 fue nombrada “académico de mérito” de la Accademia di San Luca, en Roma. Durante su estadía en París entre 1720-21 —por aclamación— fue elegida miembro de la Académie Royale.
Angelica Kauffmann (1741-1807)
Nacida en Suiza, acompañó desde muy pequeña a su padre, el pintor Joseph Kauffmann, por la región helvética, Austria y el norte de Italia, donde éste realizaba obras religiosas y retratos. Angelica a sus 15 años era ya retratista y se encontraba en Florencia. Desde esa época y a lo largo de su carrera, abordó también obras de carácter histórico, género reservado tradicionalmente a los varones. Su gran talento le mereció ser académica de la Accademia di San Luca en 1765. Entre 1766 y 1781 residió en Londres y participó en la fundación de la Royal Academy of Art, donde también exhibió su obra.
Louise-Élisabeth Vigée-Lebrun (1755-1842)
Louise-Élisabeth fue una pintora francesa cuya formación inició con su padre, Louis Vigée, quien murió cuando ella tenía 12 años. Doyen de Briard continuó con su educación y éste la puso en contacto con las colecciones reales donde conoció a los grandes maestros. Pronto se convirtió en una importante retratista de la corte francesa y se volvió la artista favorita de la reina Marie Antoinette, de quien realizó uno de sus más célebres retratos. En 1783 fue nombrada miembro de la Académie Royale. Tras el estallido de la Revolución Francesa en 1789, su trayectoria continuó por las cortes europeas. Realizó el retrato del Príncipe de Gales, en Londres, (1802) y el de Madame de Stäel, en Suiza (1808-9).
Siglos XIX y XX
A inicios del siglo XIX se comenzaron a formar sociedades de artistas mujeres, artistas aceptaron alumnas en sus estudios particulares (como Jacques Louis David) o bien instalaron sus propios estudios. Hasta la segunda mitad del siglo XIX fueron admitidas formalmente en las Academias. Gracias a las vanguardias artísticas de finales del siglo XIX y XX tuvieron la posibilidad de participar como creadoras en exposiciones y desarrollarse en más de una disciplina.
Rosa Bonheur (1822-1899)
Su formación inició al lado de su padre, el pintor Raymond Bonheur. Tanto su educación —de corte académico— como su gran talento le valieron para tener papeles destacados dentro del Salón de París, en el cual obtuvo la primera medalla en 1848. A lo largo de su vida y trayectoria cultivó una gran afinidad hacia los animales debido a la energía primigenia que reconocía en ellos. Esa misma energía la llevó a explorar otro tipo de técnicas y, al final de su carrera, estaba más próxima a corrientes como el Impresionismo. Merecedora de importantes reconocimientos, poseía también una gran sencillez y vitalidad, mismas que le llevaron a tramitar un “permiso de travestismo” que le permitiera llevar pantalones durante sus exploraciones a las ferias de animales.
Berthe Morisot (1845-1895)
Hija de una familia de la alta burguesía francesa, Berthe Morisot creció en un ambiente que privilegiaba el gusto por las artes. De la mano de los maestros Geoffroy-Alphonse Chocarne y Joseph-Benoît Guichard, inició junto con su hermana Edma su formación pictórica. Pronto acudieron al Museo de Louvre a realizar copias de las esculturas y más tarde se volvieron copistas de esta institución. En la obra de Berthe predominaron los temas domésticos, mismos que después trasladó a motivos exteriores. Su cercanía con Édouard Manet fue decisiva para integrarse activamente dentro del Impresionismo.
Camille Claudel (1864-1943)
Camille Claudel nació en Fère-en-Tardenois, al norte de Francia en el seno de una familia tradicionalista que identificaba el lugar de la mujer en el hogar, dedicada a las labores domésticas. Sin embargo, Camille a muy temprana edad mostró un gran interés y talento en la escultura. En París y al cumplir 17 años fue admitida en la Académie Colarossi, única escuela que aceptaba mujeres como estudiantes en esa época; allí, tiempo después, conocería a Auguste Rodin. Su obra escultórica tiene una identidad propia y está llena de lirismo y maestría técnica, misma que le ha bastado para ser una de las artistas más importantes e incluso famosas del siglo XX.